martes, 14 de octubre de 2014

Debate Cultura y geopolítica en el Mediterráneo, 17/10 a las 19:30 h.

Os invitamos el próximo viernes día 17 de octubre a las 19:30 h. al debate Cultura y geopolítica en el Mediterráneo que girará entorno al libro Del ágora al caos y contará con la presencia de José Manuel Querol autor del libro.
La geopolítica se nutre también de percepciones, de sensaciones, de modos de ser geográfi­cos. En torno al Mediterráneo podemos girar la mirada 360 grados y encontrarnos con ideolo­gías, sentimientos, creencias y economías que gobiernan el mundo, mientras el mar, vacío en el centro, es puente, y también frontera. ¿Qué imágenes nos proporcionan los puntos cardinales? ¿Qué diferencia al Este del Oriente, ¿Dónde comienza el Sur? ¿Se opone el Norte al Sur como modelo económico o como modelo sentimental? Nuestra intención en Del ágora al caos es la de reconstruir la semántica de estos términos en nuestro mundo actual y establecer su razón geopolítica a partir del análisis de los significados simbólicos que para nosotros han tenido y tienen, dando cuenta de cómo se forma­ron y han ido derivando en una concepción de la vida, del mundo, de la civilización y la cultura. Queremos someter a análisis estas dicoto­mías geográficas no como localizadores espa­ciales, sino como categorías antropológicas; como términos que nos definen relativa y glo­balmente, soportando un significado cultural de adhesiones sentimentales y emotivas, y cons­truyendo significados políticos y económicos, así como perceptivos.

Norte-Sur u Oriente-Occidente son oposi­ciones lingüísticas con una capacidad de evo­cación que permiten a cada individuo encontrar su lugar en el mundo, su refugio; dotarse de pertenencia a un grupo humano y proveerse de una cosmovisión que ampara la propia vida, desde el desayuno a la religión, desde el modo en que se ama al modo en que se muere. Pero también son conceptos que pueden arrojarse contra el otro; son armas que pueden cargarse de amenazas o ser cárceles para la propia iden­tidad. Más que palabras que designan latitudes y longitudes de forma vaga y genérica, son térmi­nos que construyen espacios que son recinto o cerco simbólico.  Si digo «Norte», la semántica de su imagi­nario se mueve entre el paisaje literario de Jack London y su salvaje Alaska, y el norte «eufemi­zado»: aquel en el que se recorta el significado recalando sólo en el ámbito político y econó­mico de las metrópolis europeas y norteameri­canas, con ciudades a las que en nuestro tiempo se asocian términos como «progreso», «avance», «bienestar», así como las imágenes publicitarias de niños rubios y saludables que inundan el sig­nificado de la palabra, se ajuste o no a la verdad. Y aún antes, durante la Baja Latinidad y la Edad Media, el patrón semántico del norte se asoció al de bárbaro: destrucción, ignorancia, violencia y paganismo. ¿Y si digo «Sur»? Si digo Sur pienso en buen tiempo, y puede que mi mirada recorra las lecturas sobre los héroes griegos, o que la imaginación se inflame en los desiertos africa­nos; más allá algún osado aventurero recorrerá con el pensamiento islas de nombres sonoros en el Pacífico; pero también, si digo Sur, quizás encontremos sinónimos imaginarios para la pobreza o el hambre. El Sur también tiene una amplia semántica. Que todo esto sea real o no, o que Norte o Sur signifiquen realmente estas cosas para un observador externo, importa menos que el hecho de que se perciba como tal por una sociedad determinada. Parece que la realidad está construida con los huesos de las creen­cias: basta repetir hasta la saciedad un slogan publicitario o político para que cale hasta el fondo en la mentalidad social y se convierta en una realidad sociológica a todas luces incontes­table. Y así, por ejemplo, acabamos asociando imágenes: Sur con «subdesarrollo», «desorden», «caos» y «atraso económico»; Norte con «demo­cracia moderna» —y representativa—, con «liber­tad»; Occidente con todas aquellas cualidades que una civilización puede y debe contener, mientras que Oriente se convierte para nosotros en la fábrica de sueños en la que escapar pre­cisamente de ese Occidente ordenado, pulcro, diáfano y al mismo tiempo tan alienante para el ser humano. Norte-Sur y Este-Oeste son también lími­tes interiores, líneas móviles que se fijan en el corazón de las civilizaciones, de los pueblos. Podemos establecer fronteras Norte-Sur inde­finidamente: podemos hablar del Sur respecto a Europa, y el Sur entonces es África, teñida con los tópicos del colonialismo o con la brutalidad de las imágenes de un telediario; podemos esta­blecer la frontera Norte-Sur en el Mediterráneo, y las dos orillas de este viejo mar, unidas nece­sariamente por los piratas aqueos en Egipto rea­parecen transfiguradas como melancólica linde que se dibuja en la leyenda de Dído y Eneas para acabar en la ensoñación e incomprensión, en la construcción colonialista francesa, inglesa, española o italiana sobre el Norte de África y Oriente Medio que aparece en las adhesiones sentimentales artísticas y literarias de Pierre Loti, Dominique Ingres o nuestro Fortuny. En cualquier caso el resultado es el mismo: la unidad mediterránea es concebida por todos ellos como una imagen preembalada, cubierta de ruinas magníficas, estatuas, textos, sobre los que la Europa del Norte reconstruiría una iden­tidad Europea entre los márgenes del Rin y del Sena, inventándose un nuevo espacio antiguo que nunca existió y arrogándose, como here­dera de ese espacio, la dominación del mismo y con los que el desierto discutirá y argumentará que Norte y Sur de Europa son la misma cosa, modelos de un mismo pensamiento hostil.