martes, 4 de abril de 2017

ENCUENTRO-DEBATE CON EL SALMÓN EDITORIAL - jueves 6 de abril, 19,00 horas Enclave



Nos acompaña Adrián Almazán Gómez, quien además de ilustrar el proyecto nos hablará de las últimas novedades editoriales.Ediciones El Salmón es un proyecto editorial que nació en 2008 y que en sus orígenes se dedicó a publicar pequeños pasquines de crítica social, política, y cultural. Partiendo desde posiciones cercanas al anarquismo, desde el principio su motivación fue el deseo de analizar y criticar determinados dogmas ideológicos como la fe en el Progreso, la Tecnología o la Ciencia.
En 2011 comenzó la edición de libros y, poco antes, la publicación de la revista Cul de Sac, en la que se estudian de forma monográfica diferentes cuestiones: la idea de Progreso, Internet y las nuevas tecnologías, la crítica a la Posmodernidad o la relación entre el campo y la ciudad. En la actualidad el colectivo está formado por cinco personas. Ediciones El Salmón es un proyecto autogestionado y sin ánimo de lucro: no recibe ayudas ni subvenciones públicas o privadas, manteniéndose exclusivamente de las aportaciones y de lo recuperado en la venta del material, dinero que se destina íntegramente a la realización de más ediciones. Además, las publicaciones carecen de copyright, de modo que animamos a los lectores a que difundan y reproduzcan sus contenidos tranquilamente.
«En el siglo del artificio sentimos pasión por esta naturaleza que destruimos. Es la civilización del coche y del avión la que sube a pie a la montaña, son los individuos más civilizados de los pueblos más civilizados los que se ponen a estudiar la vida de los “primitivos”, los que describen y ensalzan sus costumbres. Cuanto más nos distinguimos de ella, cuanto mejor la conocemos, más experimentamos el sentimiento de la naturaleza pero, al mismo tiempo, más nos alejamos de ella. La hemos inventado al destruirla y esta invención contribuye a su destrucción. Al final de este proceso se esboza un mundo en el que, destruida la naturaleza, el amor por ella sería más fuerte que nunca; y en el que el Edén original, alterado desde la primera intervención humana, se realizaría al fin en estado puro en un puñado de regiones de la tierra (o de nuestra vida) cuidadosamente organizadas. La experiencia de la naturaleza es hoy en día inseparable de la de su destrucción. Si queremos recuperar la naturaleza, primero tenemos que hacernos cargo de que la hemos perdido». De entre la veintena de libros de Bernard Charbonneau (1910-1996), todos ellos dedicados a lo que él llamaba la «Gran Muda» del siglo xx, fue en El Jardín de Babilonia donde mayor empeño puso en mostrar cómo, después de haber arrasado la naturaleza, la sociedad industrial terminaba de aniquilarla «protegiéndola», organizándola; y cómo se desvanecían al mismo tiempo, con esta artificialización, las oportunidades de la libertad humana. Y no es el menor de los méritos de El Jardín de Babilonia el haber denunciado tan pronto en qué iba a convertirse necesariamente la «defensa de la naturaleza» desde el momento en que separaba su causa de la de la libertad; la indigna regresión que desde ese punto de vista constituye el ecologismo político quedaba juzgada de antemano.
Bernard Charbonneau (1910-1996), geógrafo e historiador de formación, filósofo por vocación, escribió una veintena de libros e innumerables artículos en los que estudió el impacto de la «Gran Transformación» propiciado por la industrialización de la existencia. Considerado como el fundador de la ecología política en Francia, desde los años treinta nos alertó de que la aceleración del progreso  técnico y científico ponía en peligro los equilibrios naturales y sociales que permiten al hombre habitar la tierra y vivir en libertad. Su profundo amor por la naturaleza, su rechazo del progreso científico y de la urbe motorizada, hizo que optara por vivir retirado en el campo, lejos de las tertulias parisinas y de las academias, ejerciendo como profesor de geografía e historia en un colegio. Su compromiso en la defensa de la naturaleza lo llevó a fundar y dirigir, junto a su amigo Jacques Ellul, diferentes organizaciones ecologistas, como el Comité de Defensa de la Costa de Aquitania. Esta es el primer libro de Charbonneau que se traduce en España.
«Todo el mundo tiene derecho a ser estúpido», escribió Trotski en 1938, «pero el camarada Macdonald abusa de este privilegio». Era la respuesta a un artículo publicado en la prensa trotskista estadounidense en el que Dwight Macdonald criticaba duramente la represión del alzamiento de los marineros y obreros de Kronstadt en 1921 contra el gobierno bolchevique, así como el papel desempeñado en aquellos sucesos por el entonces líder del Ejército Rojo. «El hecho de comenzar mi andadura en el trotskismo», recordaba el autor varias décadas después, «con una polémica sobre un asunto tan delicado, y nada menos que contra el gran maestro de la Orden, puede que fuera cuestión de ética, arrogancia, ingenuidad, una simple chaladura, o una mezcla de todo ello. Pero fue sintomático». Y, en efecto, revelaba muy pronto el carácter herético e independiente de uno de los intelectuales estadounidenses más importantes del siglo XX.
Escrito en 1946, La raíz es el hombre anticipó muchos de los temas fundamentales de la Nueva Izquierda de los 60: la crítica de la burocracia, la tecnología o el totalitarismo soviético. Frente a la fe depositada por los progresistas —socialdemócratas o marxistas— en el centralismo del Estado, el crecimiento económico y el progreso científico, Macdonald apelaba a la creación de un radicalismo fundado en la responsabilidad moral de los individuos, haciendo hincapié en el concepto de límite y en la creación de pequeños grupos que resistieran al poder del Estado y la tiranía de la Ciencia. Puede que el título de la primera parte de este ensayo, «El marxismo está obsoleto», hoy día mueva a risa. Pero la suya no era sólo una revisión del marxismo, al que, en 1946, casi nadie osaba plantar cara sin pasarse a las filas de la reacción. Aunque ya no exista ese marxismo ortodoxo, sí que existe, y tiene mucha fuerza, lo que Macdonald denominaba liblabs, los liberal-laboristas, esos que consideran que «sólo los progresistas tienen derecho a la libertad, es decir, quienes estén del lado del “pueblo” y de los “trabajadores”», y que adoran al Estado «siempre que esté de su parte». ¿Cómo no reconocer a esos viejos liblabs en quienes ahora dicen representar la «nueva política»? ¿En ese marxismo-populismo de nuevo cuño que se presenta como única alternativa al neoliberalismo salvaje, y cuyos lemas «Pan. Trabajo. Industria. Patria», además de remitir a las corrientes políticas más ignominiosas del siglo veinte, supone la incapacidad de reconocer la naturaleza opresiva del Estado y del desarrollo tecnológico?
La lectura de La raíz es el hombre es uno de los mejores antídotos contra la creencia de que el mejor modo de combatir un modo de vida alienante e insostenible es reforzar el entramado económico-científico-militar, dando una vuelta de tuerca más al poder pantagruélico del Estado. Explorar la senda marcada por Dwight Macdonald es hoy más necesario que nunca.
Dwight Macdonald (1906-1982), escritor, crítico cultural, literario y cinematográfico, activista libertario y pacifista, íntimo amigo de escritores como Hannah Arendt, Albert Camus, George Orwell, Nicola Chiaromonte, Mary McCarthy o Norman Mailer, fue uno de los intelectuales norteamericanos más importantes del siglo XX. A mediados de los años treinta participa en grupúsculos trotskistas y escribe en The Partisan Review. En 1944 funda la revista politics, lo que supone su ruptura con el marxismo, adoptando posturas cercanas al anarquismo y el pacifismo. En la década de 1950 alcanza notoriedad como crítico literario para The New Yorker y The New York Review of Books, y como crítico de cine en la NBC. Sin dejar nunca de lado su denuncia del totalitarismo soviético, se alinea con las protestas estudiantiles y por los derechos civiles en los años sesenta, participando en coloquios, conferencias y movilizaciones contra la guerra de Vietnam como la marcha al Pentágono de 1967. La raíz es el hombre es el primer libro de Macdonald que se publica en España, aunque en Argentina ya se tradujera El cine soviético: una historia y una elegía (Sur, 1956). Otras obras de Macdonald son Against The American Grain: Essays on the Effects of Mass Culture (1962; reed. 2011), Politics Past (1970) [antes publicado como Memoirs of a Revolutionist: Essays in Political Criticism (1960)], y Discriminations: Essays and Afterthoughts 1938-1974 (1974).

«Nadie confesaba que la Máquina era incontrolable. Año tras año se la servía con más eficacia y menos inteligencia. Cuanto mejor conocía un hombre sus obligaciones respecto a ella, menos comprendía las de su vecino, y no había en todo el planeta un solo cerebro que comprendiera el monstruo en su conjunto. Esas mentes privilegiadas se habían extinguido. Habían dejado instrucciones completas, cierto es, y cada uno de sus sucesores había llegado a dominar un fragmento de esas instrucciones. Pero la Humanidad, en su deseo de comodidades, había excedido sus límites. Había sobreexplotado las riquezas de la naturaleza. Con calma y satisfacción, iba hundiéndose en la decadencia, y el progreso había acabado significando progreso de la Máquina». Publicada en 1909, desde entonces La Máquina se para ha sido ampliamente considerada en el mundo anglosajón como una de las mejores distopías tecnológicas. El libro no trata sólo de individuos productores de ideas de 140 caracteres, atrincherados en sus hogares y ensimismados ante sus pantallas: es también una reflexión doliente sobre la desaparición de la belleza y de la sensibilidad que la sociedad industrial está eliminando.
E. M. Forster (1879-1970), novelista y escritor inglés, famoso por obras como Una habitación con vistas, Howards End o Pasaje a la India y por las películas homónimas que inspiraron. Sus novelas no son sólo sátiras de esa clase media inglesa en una busca —a menudo infructuosa— de la autenticidad, la belleza y la sencillez humana, valores que da por perdidos en su avanzado país y que espera encontrar en regiones menos desarrolladas del planeta. Muchos de los personajes de sus narraciones más «realistas» se ven asediados por el deseo de apreciar y comunicar la belleza que la sociedad industrial está eliminando. Su obra se basa sobre todo en la aspiración, a veces frustrada, de comprender la complejidad del mundo y de aceptar lo que es diferente, pero sin disolverlo en la relatividad; de ahí el famoso epígrafe de Howards End, «Only connect…».