Nos acompaña Adrián
Almazán Gómez, quien además de ilustrar el proyecto nos hablará de las
últimas novedades editoriales.Ediciones El Salmón es un proyecto editorial que nació en 2008 y que
en sus orígenes se dedicó a publicar pequeños pasquines de crítica social,
política, y cultural. Partiendo desde posiciones cercanas al anarquismo, desde
el principio su motivación fue el deseo de analizar y criticar determinados
dogmas ideológicos como la fe en el Progreso, la Tecnología o la Ciencia.
«En el siglo del artificio sentimos pasión por esta
naturaleza que destruimos. Es la civilización del coche y del avión la que sube
a pie a la montaña, son los individuos más civilizados de los pueblos más
civilizados los que se ponen a estudiar la vida de los “primitivos”, los que
describen y ensalzan sus costumbres. Cuanto más nos distinguimos de ella,
cuanto mejor la conocemos, más experimentamos el sentimiento de la naturaleza
pero, al mismo tiempo, más nos alejamos de ella. La hemos inventado al
destruirla y esta invención contribuye a su destrucción. Al final de este
proceso se esboza un mundo en el que, destruida la naturaleza, el amor por ella
sería más fuerte que nunca; y en el que el Edén original, alterado desde la
primera intervención humana, se realizaría al fin en estado puro en un puñado
de regiones de la tierra (o de nuestra vida) cuidadosamente organizadas. La
experiencia de la naturaleza es hoy en día inseparable de la de su destrucción.
Si queremos recuperar la naturaleza, primero tenemos que hacernos cargo de que
la hemos perdido». De entre la veintena de libros de Bernard Charbonneau
(1910-1996), todos ellos dedicados a lo que él llamaba la «Gran Muda» del siglo
xx, fue en El Jardín de Babilonia donde mayor empeño
puso en mostrar cómo, después de haber arrasado la naturaleza, la sociedad
industrial terminaba de aniquilarla «protegiéndola», organizándola; y cómo se
desvanecían al mismo tiempo, con esta artificialización, las oportunidades de
la libertad humana. Y no es el menor de los méritos de El Jardín de
Babilonia el haber denunciado tan pronto en qué iba a convertirse
necesariamente la «defensa de la naturaleza» desde el momento en que separaba
su causa de la de la libertad; la indigna regresión que desde ese punto de
vista constituye el ecologismo político quedaba juzgada de antemano.
Bernard Charbonneau (1910-1996), geógrafo e
historiador de formación, filósofo por vocación, escribió una veintena de
libros e innumerables artículos en los que estudió el impacto de la «Gran
Transformación» propiciado por la industrialización de la existencia.
Considerado como el fundador de la ecología política en Francia, desde los años
treinta nos alertó de que la aceleración del progreso técnico y
científico ponía en peligro los equilibrios naturales y sociales que permiten
al hombre habitar la tierra y vivir en libertad. Su profundo amor por la
naturaleza, su rechazo del progreso científico y de la urbe motorizada, hizo
que optara por vivir retirado en el campo, lejos de las tertulias parisinas y
de las academias, ejerciendo como profesor de geografía e historia en un colegio.
Su compromiso en la defensa de la naturaleza lo llevó a fundar y dirigir, junto
a su amigo Jacques Ellul, diferentes organizaciones ecologistas, como el Comité
de Defensa de la Costa de Aquitania. Esta es el primer libro de Charbonneau que
se traduce en España.
«Todo el mundo tiene
derecho a ser estúpido», escribió Trotski en 1938, «pero el camarada Macdonald
abusa de este privilegio». Era la respuesta a un artículo publicado en la
prensa trotskista estadounidense en el que Dwight Macdonald criticaba duramente
la represión del alzamiento de los marineros y obreros de Kronstadt en 1921
contra el gobierno bolchevique, así como el papel desempeñado en aquellos
sucesos por el entonces líder del Ejército Rojo. «El hecho de comenzar mi
andadura en el trotskismo», recordaba el autor varias décadas después, «con una
polémica sobre un asunto tan delicado, y nada menos que contra el gran maestro
de la Orden, puede que fuera cuestión de ética, arrogancia, ingenuidad, una
simple chaladura, o una mezcla de todo ello. Pero fue sintomático». Y, en
efecto, revelaba muy pronto el carácter herético e independiente de uno de los
intelectuales estadounidenses más importantes del siglo XX.
Escrito en 1946, La raíz es el hombre anticipó
muchos de los temas fundamentales de la Nueva Izquierda de los 60: la crítica
de la burocracia, la tecnología o el totalitarismo soviético. Frente a la fe
depositada por los progresistas —socialdemócratas o marxistas— en el
centralismo del Estado, el crecimiento económico y el progreso científico,
Macdonald apelaba a la creación de un radicalismo fundado en la responsabilidad
moral de los individuos, haciendo hincapié en el concepto de límite y en la
creación de pequeños grupos que resistieran al poder del Estado y la tiranía de
la Ciencia. Puede que el título de la primera parte de este ensayo, «El
marxismo está obsoleto», hoy día mueva a risa. Pero la suya no era sólo una
revisión del marxismo, al que, en 1946, casi nadie osaba plantar cara sin
pasarse a las filas de la reacción. Aunque ya no exista ese marxismo ortodoxo,
sí que existe, y tiene mucha fuerza, lo que Macdonald denominaba liblabs,
los liberal-laboristas, esos que consideran que «sólo los progresistas tienen
derecho a la libertad, es decir, quienes estén del lado del “pueblo” y de los
“trabajadores”», y que adoran al Estado «siempre que esté de su parte». ¿Cómo
no reconocer a esos viejos liblabs en quienes ahora dicen
representar la «nueva política»? ¿En ese marxismo-populismo de nuevo cuño que
se presenta como única alternativa al neoliberalismo salvaje, y cuyos lemas
«Pan. Trabajo. Industria. Patria», además de remitir a las corrientes políticas
más ignominiosas del siglo veinte, supone la incapacidad de reconocer la
naturaleza opresiva del Estado y del desarrollo tecnológico?
La lectura de La raíz es el hombre es uno
de los mejores antídotos contra la creencia de que el mejor modo de combatir un
modo de vida alienante e insostenible es reforzar el entramado
económico-científico-militar, dando una vuelta de tuerca más al poder pantagruélico
del Estado. Explorar la senda marcada por Dwight Macdonald es hoy más necesario
que nunca.
Dwight Macdonald (1906-1982), escritor, crítico
cultural, literario y cinematográfico, activista libertario y pacifista, íntimo
amigo de escritores como Hannah Arendt, Albert Camus, George Orwell, Nicola
Chiaromonte, Mary McCarthy o Norman Mailer, fue uno de los intelectuales
norteamericanos más importantes del siglo XX. A mediados de los años treinta
participa en grupúsculos trotskistas y escribe en The Partisan Review.
En 1944 funda la revista politics, lo que supone su ruptura con el
marxismo, adoptando posturas cercanas al anarquismo y el pacifismo. En la
década de 1950 alcanza notoriedad como crítico literario para The New
Yorker y The New York Review of Books, y como crítico de
cine en la NBC. Sin dejar nunca de lado su denuncia del totalitarismo
soviético, se alinea con las protestas estudiantiles y por los derechos civiles
en los años sesenta, participando en coloquios, conferencias y movilizaciones
contra la guerra de Vietnam como la marcha al Pentágono de 1967. La
raíz es el hombre es el primer libro de Macdonald que se publica en
España, aunque en Argentina ya se tradujera El cine soviético: una
historia y una elegía (Sur, 1956). Otras obras de Macdonald son Against The American Grain: Essays
on the Effects of Mass Culture (1962; reed. 2011), Politics
Past (1970) [antes publicado como Memoirs of a Revolutionist:
Essays in Political Criticism (1960)], y Discriminations:
Essays and Afterthoughts 1938-1974 (1974).
«Nadie confesaba que
la Máquina era incontrolable. Año tras año se la servía con más eficacia y
menos inteligencia. Cuanto mejor conocía un hombre sus obligaciones respecto a
ella, menos comprendía las de su vecino, y no había en todo el planeta un solo
cerebro que comprendiera el monstruo en su conjunto. Esas mentes privilegiadas
se habían extinguido. Habían dejado instrucciones completas, cierto es, y cada
uno de sus sucesores había llegado a dominar un fragmento de esas instrucciones.
Pero la Humanidad, en su deseo de comodidades, había excedido sus límites.
Había sobreexplotado las riquezas de la naturaleza. Con calma y satisfacción,
iba hundiéndose en la decadencia, y el progreso había acabado significando
progreso de la Máquina». Publicada en 1909, desde entonces La
Máquina se para ha sido ampliamente considerada en el mundo
anglosajón como una de las mejores distopías tecnológicas. El libro no trata
sólo de individuos productores de ideas de 140 caracteres, atrincherados en sus
hogares y ensimismados ante sus pantallas: es también una reflexión doliente
sobre la desaparición de la belleza y de la sensibilidad que la sociedad
industrial está eliminando.
E. M. Forster (1879-1970), novelista y escritor
inglés, famoso por obras como Una habitación con vistas, Howards
End o Pasaje a la India y por las películas homónimas
que inspiraron. Sus novelas no son sólo sátiras de esa clase media inglesa en
una busca —a menudo infructuosa— de la autenticidad, la belleza y la sencillez
humana, valores que da por perdidos en su avanzado país y que espera encontrar
en regiones menos desarrolladas del planeta. Muchos de los personajes de sus
narraciones más «realistas» se ven asediados por el deseo de apreciar y
comunicar la belleza que la sociedad industrial está eliminando. Su obra se
basa sobre todo en la aspiración, a veces frustrada, de comprender la
complejidad del mundo y de aceptar lo que es diferente, pero sin disolverlo en
la relatividad; de ahí el famoso epígrafe de Howards End, «Only
connect…».