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«… mis investigaciones se han centrado más en la obra de Contarini que en su biografía. Ello se ha debido en parte al propósito de este trabajo, pero también a la falta de testimonios fehacientes. Mi conclusión es que fue un hombre hermético. Educado en la tradición aristocrática veneciana, su amabilidad y cortesía eran al mismo tiempo una tarjeta de presentación y un parapeto infranqueable. Su indiferencia hacia el presente —que no me atrevería a calificar de anacronismo— no era una pose. Desde luego, no poseía ninguno de los vicios de los intelectuales: juicio inapelable, desdén hacia el punto de vista ajeno, afán por parecer ingenioso, maledicente o irónico, o propensión a la hipocondría y la vanidad».