Hermano yonqui muerto,
exnovia trepa, padre con pasado sindicalista en derrota, madre con la vida
embargada…
Y entre ellos: tipo anónimo,
un ordenanza de instituto que pasa costo mientras lee a Jack London y sueña con
montar una carpintería y fabricar trineos. Podrían ser los personajes de una
mala novela, con todo contado desde afuera. Con benevolencia y algo de técnica.
Sin carne. Sin suciedad. Sin sangre.
Pero no. Esto no es una
novela. Esto mancha. Que los curiosos den media vuelta. Aquí no hay condones,
ni medias tintas. Esto es un panfleto, una arenga. Un banderín de enganche
«para seguir viviendo». «Este libro es una promesa que haréis o no haréis
cuando lleguéis al final. Si os da la gana de llegar». Una promesa que incluye
fuego y bidones de gasolina. Para quemarlo todo. Para organizarnos y hacer que
el edificio arda hasta sus cimientos.
«Diréis que he venido a
contaros lo de siempre, la guerra de pocos contra muchos. Pero ¿por qué ganan
los pocos?, ¿por qué pierden los muchos?, ¿por qué seguimos en la oscuridad? No
es tan fácil. El resplandor de unos coches ardiendo dura unas horas. Y hay que
pensar qué pasa luego. Prepararse».
No sabemos nada concreto
sobre Fernando Díaz. Ese nombre es un
pseudónimo y todo lo que de él podemos deducir es lo que aparece en este libro:
una edad (tenía 13 años al caer la URSS), una clase social (baja, trabajadora),
un tipo de barrio (periferia pobre madrileña), fracasos en la educación
reglada, pasión lectora, trapicheos varios con drogas y miles de curros donde
afianzar las nociones básicas de la explotación capitalista. Fernando Díaz
milita en grupo político revolucionario.
«Supongo que no se trata de
la belleza (…) Supongo que por eso no soy escritor y esto no es una novela, ya
lo dije. Es un juramento que haréis o no haréis. Empiezo por lo poco que
tenemos, sé que si venís será más lo que tengamos, pero no puedo deciros
exactamente cuánto más».